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martes, 29 de marzo de 2011

Misión - Capítulo 12

No me odien, acá viene la conti!!



Capítulo 12


¿Cuánto llevaba allí, treinta, cuarenta años, un siglo? No lo recordaba, no intentaba hacerlo, no tenía sentido, estaba en ese lugar y nada más importaba, sólo que Sam estaba a salvo arriba, en alguna parte su hermano vivía. Lo que pasaba con él, bueno, eso era inevitable, como la necesidad de respirar que le atacaba y no le permitían satisfacer.
Las muertes podían ayudar a medir los días si es que alguien quiere hacer algo así, una decena de muertes lentas, un día más que se pierde entre la sangre de los condenados. No, no era muy alentador. La suya no era una condena con un tiempo límite para cumplirse, la eternidad le esperaba sentada a un lado en el calabozo en que Alastair se divertía con él.
El dolor no se puede explicar, nunca creyó posible que algo doliera a tal extremo que uno no pudiera sentirlo, que el aturdimiento nuble cada sentido hasta que se pierda la consciencia en una bruma insensible, pensar en ese dolor era como una bendición que le retiraban. Porque Alastair no era como otros demonios, él no disfrutaba de matar simplemente, el tenía que desollar, quemar, crucificar, estirar, empalar, junto con miles de cortes, golpes y otras minucias, eran obras de arte para él y le gustaba que sus lienzos estuvieran conscientes de cada pincelada que daba. Cuando el punto en que el cerebro se rinde lo rodeaba en su gloria, el maldito se tomaba todo el tiempo del mundo en hacerlo volver, sólo para continuar con su quehacer, los descansos son obligatorios, pero no son para alimentar la esperanza, cada minuto libre significaba un tiempo extra en la tortura aplicada.
El sueño que había tenido era parte de ese tratamiento, volver a sentirse humano, recordar lo que era amar, estar seguro, feliz, volver a tener emociones, era un paso necesario para seguir disfrutando de toda la atención de quien recibía los trazos del arte de ese demonio.
Cada día perdía la voz entre gritos desgarrados, sólo para recuperarla segundos después de morir, muerte que no duraba más porque morir no era un tiempo libre, era cerrar los ojos para volver a abrirlos y estar donde se empezó.
-Bonita fantasía te cargaste – se burlaba mientras trabajaba el demonio – Es la primera vez que veo a alguien no creyente siendo salvado por ángeles,¡¡¡ JAJAJA!!!
Ácido cayendo sobre las heridas abiertas, dolor infinito extendiéndose por los nervios.
-Te hubiera dejado más tiempo allí, pero me aburría. Dedicarme a ti es mucho más divertido, además... – continúa hablando concediendo toda su atención al afilado cuchillo que hacer resbalar entre la piel y carne - ...eres lo más interesante que ha llegado en mucho tiempo, no sólo eres un cazador, también mataste a uno de los nuestros, uno de los demonios mayores, algo así no sucedía desde hacía siglos, desde Samuel Colt de echo y, bueno, Azazel era muy importante por aquí.
Otra vez el ácido recorriendo la herida y las convulsiones del cuerpo dañado.
-Bueno, creo que es hora de la pregunta – Dean había soñado con eso, con esa pregunta - ¿Te unes a mí en mi pasatiempo y dejas de serlo?
Sí, definitivamente había soñado con esto, con las consecuencias de ceder a ello, no sabía si era cierto o no, pero cometer un error se podía aceptar, cometer el mismo dos veces no. No lo haría de nuevo, diría que no por todos los siglos y milenios que existiera el Infierno. Olvidaría su nombre, que era humano, a su hermano, sus motivos, lo que nunca debería olvidar era que la respuesta a la pregunta siempre debía ser...
-¡NO! Púdrete desgraciado – la risa en forma de respuesta recorre los pasillos infestados de criaturas aberrantes, no importaba, la decisión estaba tomada, sería el pasatiempo del otro por cuanto el otro quisiera. Cada singular segundo de su vida sería medido por el dolor recibido y la respuesta a esa pregunta, cada uno de ellos, el “Sí”, bullendo por salir, el “No”, rozando el aire con el sonido de su fonética.
Esa fue la respuesta, la única que Alastair pudo conseguir, pasaron décadas, siglos, milenios. Era cierto, con el tiempo se olvida todo sobre quién o qué se era, sólo podía recordar que era importante negarse, se abandonó al vacío de la nada esperando que el final de los tiempos llegara, que su alma se destruyera sin quedar ni una partícula de recuerdo suspendida en los fuegos del Averno. El olvido y descanso del espacio en negro y perdido.
Todas las memorias cubiertas por heridas y sufrimiento, nada quedaba del cazador que fuera, ni siquiera sus carceleros recordaban quién era.
El dolor hacía mucho tiempo ya que se había convertido en parte de su vida, no tenía memoria de algo diferente, no recordaba que existían otras cosas, risa, amor, llanto. Para ese ser no había otra cosa que el suplicio constante de su existencia. Si fuese capaz de ver su reflejo en un espejo no sabría de quien eran los ojos verdes, la piel, las manchas sobre ésta, no reconocería el cabello rubio oscuro, los hombros donde tantos se apoyaron, las manos que tanto hicieron o los pies que tantas distancias recorrieran, su físico era el mismo que al ingresar a ese sitio, sólo que ya no había nadie que habitara dentro de él. Los ojos que vería no eran más que dos cuencas vacías de expresión, tan terribles de ausencia como las calamidades que se sucedían en cada segundo.
Había perdido aquello que define a la humanidad y no era el alma, había perdido la consciencia de existencia, era un animal que no reconoce su reflejo porque no sabe que existe.
La secuencia de los días sucediéndose sin importancia, con la seguridad anidada de que todo lo que respira un día deja de hacerlo, con la esperanza grabada de que un día le permitirían alcanzar ese sueño lejano.
A pesar de ser nada y sentir nada una voz se cuela hasta la criatura desvalida, un sonido que se repite constante, una palabra, letras, cuatro letras, una y otra vez, se estiran en una espiral de tiempo que se arremolina alrededor de los despojos, pujando insidiosas hasta penetrar en el tímpano ….. “DEAN”, dice la voz. La musicalidad de la palabra se abre paso en la mente detenida, juega con fragmentos de memoria e insiste cargosa en busca de significado…

“DEAN”

DEAN”

DEAN”

DEAN”

Dean abre los ojos, tiene frente a sí otros que le resultan conocidos, extraños, azules, vivaces, escucha en la distancia un risa cruel y unas palabras.
-Te dije que era más creativo que mi hermano.
Aquel que acaba de volver ve al ser que habla moverse con una velocidad inusitada, empuja fuera de la línea de ataque a la criatura de los ojos azules y recibe en las entrañas el ataque del otro, percibe el filo de la extraña espada traspasar la piel, la carne, las vísceras pero no le duele o no reconoce el dolor, sujeta al atacante con el brazo izquierdo impidiendo que se aleje de él, parecen abrazados. Con un movimiento veloz de la mano libre clava una cuchilla de lado a lado en el cuello de su prisionero, éste abre los ojos de sorpresa en el instante de consciencia que le queda. Unas palabras no entiende pero sabe importantes se abren paso entre los labios agrietados de quien empuña el arma, se acerca y habla al oído, despacio y el sonido se reproduce en un eco.
-Y yo te dije que todavía eras mi pequeña puta – le mira a los ojos – Puta – lo más terrible de la escena es la voz que habla sin odio ni rencor, una voz que habla, pero no dice.
Una luz enceguecedora mana desde el interior del ser asesinado, luz que el otro observa impasible hasta que desaparece. Cuando el show de fuegos artificiales termina desprende el arma del cuello y deja caer el cuerpo sin contemplaciones, hay gente, hay personas, seres a su alrededor. Humanos, que lo miran sorprendidos y asustados, de repente recuerda que algo le molesta y es la espada que aún tiene clavada, la quita sin ceremonias, una mueca se cuela en su rostro y un chispazo de reconocimiento le inunda la mente.
Fue un truco, se dice, el muerto, el ser que yace a sus pies con dos enormes alas negras grabadas de ceniza en el suelo, él era el culpable, un truco de ese...arcángel, recuerda, “Raphael”, se dice.
Mira unas manos, manos grandes con callos, rústicas, llenas de sangre, pecas y piel dorada, son sus manos, las manos de un ser, un hombre, un humano, él. Él era humano y tenía una misión, una tarea, él cuidaba, protegía, él era cazador, pero era más, era algo mucho más importante y el recuerdo le golpea la mente...hermano, él era hermano, hermano mayor de Sam...de Sammy,...él tenía nombre también, porque él existía, él era la palabra, las cuatro letras, él era...DEAN.
Las memorias regresan haciendo que la cabeza le duela como si la hubieran estado usando de pelota, todo había sido una trampa de Raphael, una ilusión, un castigo, una manera de robarle el secreto de la ubicación de su hermano. Un trampa, horrible y eterna, pero no real, tal vez no estuviera mucho mejor, pero lo cierto es que no estaba en el Infierno. Su madre vivía, Bobby vivía, Ellen, los otros también y él. Mira al otro ángel, al amigo, el de los ojos penetrantes.
-¡Hey! Cass - dice - ¿Vas a curarme o tengo que rezarle al gallo primero? - cuestiona con un intento de sonrisa en la cara.
Termina de decir las palabras y el desvanecimiento se lo lleva a los brazos de Morfeo, a un descanso que no ha tenido por más de tres mil años.

Continuará...

Muchos Besitos!!! :D

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